lunes, 31 de octubre de 2005

Mi último recurso de magia

Quisiera que fuera una varita mágica al estilo de Harry Potter, pero ese tipo de magia sólo existe en los cuentos y las películas. Sin embargo, algunas chispas de belleza me generan a mí la sensación del milagro cotidiano.

Saltimbanco. Cirque du Soleil. Colores, música en vivo, voces gloriosas, payasos, brincos, malabares, cuerda floja, pelotas, baile. Soy de nuevo la mirada de un niño asombrado. Esto es la magia en mi mundo.

miércoles, 12 de octubre de 2005

El Cigala, el dolor y un dios cuántico

Si se me olvidó que te olvidé, hoy justamente me acordé. Porque el dolor se enfrenta con canciones y se canta con voz de flamenco. A veces, sí, se llora con lágrimas negras, una tristeza profunda y añeja, aquella que se deslava pero nunca se borra.

Después de sentir que mi día se compone de horas-llanto, me sorprendí atascada en medio de una larga fila de autos que no avanzaba porque el día citadino se constituye de horas-lluvia. Agua incesante en mi mirada. Vengo de un lugar del alma donde no se termina la caída: el tormentoso sillón de terapia. Es como un potro de tortura a donde se asiste voluntariamente y se paga con mucho gusto.

No era precisamente el día más animado cuando despegué los párpados. Evidentemente, se convirtió en un día más gris después de pasar dos horas berreando. Luego, transitar la ciudad me martirizó. Como quiera, tenía agendado un concierto y tomé fuerzas de alguna memoria musical.

Llegué tarde, como es costumbre, pero esta vez no por mi culpa. Diego, El Cigala, ya tenía tomado el Auditorio, gobernando con su canto rasposo que por momentos me engañaba por la mixtura de ritmos cubanos. Casi quise reír, casi estuve a punto de bailar, pero ese casi nunca se pudo concretar por saber que cantar así, duele. Luego nos colocó en el mismo baúl, a México y al talentoso Bebo Valdés, para que “Dios os guarde”. A México y a mí, hay días en que parece que su dios más bien nos abandona. ¿O será que nos guarda tan bien que se olvida donde nos puso?

Mientras bebíamos un vino tinto sobre una mesa a cuadros rojos, levanté la mirada y te vi a una corta distancia. ¿Qué te importa que te ame si tú no me quieres ya? Escuché una canción lastimera mirándote a los ojos y hoy no he podido olvidar cuanto te amé aún en la despedida. Hoy no estás en este sitio, y los dos sabemos que asististe algún día en esta misma coordenada geográfica a mi lenta destrucción. Aquí mismo, sobre estos mismos platos y en estas mismas copas, nos leímos las esperanzas rancias de un futuro imposible. Esta noche, mis amigas pueden creer que te has ido y yo no alcanzo a entender porque no has querido quedarte. Esta noche, sólo somos nosotras y una niebla del riachuelo amarrada al recuerdo, “nunca más volvió, nunca más le vi”.

Para amenizar las nostalgias con café, no podíamos más que recurrir a dios. Al tema, al concepto, al absurdo, al ideal, a la expectativa. Y si hay dios, un dios cuántico que no está separado de nosotros, entonces el piano hermano del Cigala, mis lágrimas negras y tu bien paga’a conciencia habitarán el mismo espacio de música hasta la eternidad. Se me olvidó que te olvidé, a mí… a mí que nada se me olvida.