sábado, 12 de enero de 2008

Carmen, se me perdió la cadenita

La cadenita que tenía atada a W Radio. La cadenita que me obligaba a sintonizar cada mañana Hoy por Hoy. Era por Carmen. Un minuto de silencio por la salida de Carmen Aristegui.

No soy la única chillona, no soy la única huérfana matutina, no soy la única afectada. Soy una más. Toda la semana, he vagado en el dial, con los ojos tristes, pateando una piedrita y sollozando. Ay, cómo te extraño, Carmencilla.

Pasé por Reactor y descubrí que ya no soy adolescente. Pasé por Toño Skinka y la Muchedumbre y descubrí que no soy tan idiota pero tampoco tan optimista. No como esa gente que habla para cantar la Canción Feliz: upa apa upa guampa upa apa umpa guapa upa... Pasé sin ver por Sarmiento y Ferriz de Con sintiendo escozor malsano. Ni siquiera lo intenté con Mariano Osorio. Quise probar suerte con algún desconocido (para mí) en otro noticiero. Nada. Sigo desolada.

Es una gran pérdida. ¿Cómo le hacemos para restaurar esta fractura?

Leí un breve artículo de Álvaro Cueva al respecto. Me parece que es atinado su análisis.

La primera tentación, y sucedió, es levantar el dedo acusador contra el gobierno. En palabras de algunos, contra el "Espurio" (por cierto, esta palabra antes no existía en nuestros vocabularios corrientes). Y sin quitarle la responsabilidad, porque no sé si la tiene, me parece que responde como dice Cueva más a intereses corporativos. Me explico.

Los medios de comunicación se rigen por los niveles de audiencia. El famoso rating. Recordemos que el rating lo miden unas empresas a través de un muestreo aleatorio, que según nos dicen, asegura el conocimiento de las preferencias del público. A partir de estos números fríos se toman las decisiones de qué programas se transmiten o salen del aire y sobre todo, los anunciantes eligen dónde colocar sus spots. Decisiones ligadas. Los anunciantes invierten en los programas que tienen más puntos de audiencia. Si los anunciantes invierten, el programa sigue. Si no, el programa no se sostiene. Y no se sostienen tampoco los medios, porque al final del día, son empresas que viven de los patrocinadores.

La meritita verdad del asunto es que a los medios casi que les vale pito lo que se transmita, con tal de que venda. Esta conclusión la puede probar cualquiera nomás con un monitoreo superficial. Lo que vende se programa. ¿Cómo sabemos qué es lo que vende? ¡Pues nos lo dicen los medidores de rating! Ahí está todo el círculo vicioso. (Creo que el tema merecerá un post mas amplio despues).

El asunto es que quien manda en la iniciativa privada es el dinero. Qué novedad. Y entonces, vuelvo al tema inicial. ¿El programa de Carmen Aristegui tenía altos niveles de audiencia? Es probable, pero ¿tenía patrocinadores suficientes? Quizá no. Porque Carmen se encargó de poner el dedo en la llaga, y no tuvo clemencia (¡GRACIAS, CARMEN!) con empresarios, norbertitos o gobers preciosos.

El truco de la autocensura (y luego censura, como apuntaba hace poco el Yoryis) es que si los patrocinadores creen que por invertir en el programa se les asociará con esa postura y por tanto, acabarán sus concesiones o podrán tener problemas con el sistema gubernamental, retirarán su inversión. Si no hay patrocinios, no hay programa. Y si entiendo bien, es a esto a lo que se refiere Cueva cuando habla de lo corporativo. En estricto sentido, no creo que a Prisa le importe un bledo el contenido del programa. Lo que le interesa es el riesgo que corre su lana. Punto. It's all about marketing, baby!

(Pausa para vomitar)

Y es este el mismo juego de las exhibidoras cinematográficas con el documental de Mandoki. No es necesario que Gobernación mande un oficio de censura. Basta con la creencia de lo políticamente incorrecto, para que las propias empresas decidan censurarlo. Y es también el caso de Gutiérrez Vivó, aunque según entiendo, a él si le llegó amenaza del mismísimo gobierno.

Así que la cosa se pone peor. Si no es Chana, es Juana. Si no es por su contenido transgresor a las instituciones, es por su contenido peligroso a los intereses monetarios. Al final, sólo queda cantar upa apa umpa guapa lumpa, mientras se desmorona la calidad periodística y las voces alternas.

Tengo la esperanza de que Carmen Aristegui con su enorme inteligencia y su profesionalismo, encontrará cabida en otro lugar. Tomó la decisión correcta. Si no es de ese modo, entonces que no sea. Aplaudo la valentía de hacer las cosas bien y no responder a intereses corporativos o de ninguna otra índole. Bien por no dejar que tocaran su línea editorial. Espero que pronto, pueda escucharla haciendo eso mismo en un mejor sitio. Claro que lo veo complicado, pero no imposible.

Carmen... ¡REGRESA!