martes, 20 de septiembre de 2005

¿Viva México?

El 15 de septiembre es el día para festejar nuestra independencia. Me detengo dos segundos en la calle de Madero a dos cuadras del zócalo y me percato de que no hay motivo para festejar. Los mexicanos y mexicanas de diversas edades encuentran el motivo perfecto para probar que nuestra idiosincracia se sustenta en chingar al otro. ¿Cómo diablos pretendemos salir adelante como nación si el deporte nacional es chingar? ¿Cómo pretendemos crecer si somos una desbandada de adolescentes sin el menor respeto por el otro?

¿Suena radical? Lo es, pero así es la mentalidad de nuestro pueblo. Entiendo que no podemos ser primer mundistas, entiendo que no somos ni mínimamente europeos, pero me desespera que seamos tan abiertamente cavernícolas.

Me explico mejor. Se me ocurrió la muy estúpida idea de meterme al zócalo de la Ciudad de México en 15 de septiembre. Poco preparada para la barbarie, me sorprendí en medio de una guerra de espuma. El conflicto no es que algunos se diviertan rociando espuma a otros, el problema no es que algunos entiendan ese juego como divertido. Es probable que lo sea, lo admito. Lo que me parece terrible es que no haya el menor respeto por aquel que no entra en el juego.

Más de una vez descubrí el fuego maligno en los ojos de los asistentes que creían sumamente chistoso rociar espuma a niños, familias, turistas o descuidados sin otro objetivo más que CHINGAR. Por no mencionar, que la hilaridad se centraba en arrojarlo a la cara y a quemarropa. Me sorprendí mucho cuando un sujeto roció a mi tía cuando salíamos del festejo por el simple hecho de que ella se detuvo para no ser bañada con la espuma de unos niños que jugaban. Casi le oí decir: "Chíngate también por mamona". MÉXICO, ¿QUÉ TE PASA? ¿DE QUÉ ESTÁS ENFERMO? ¿CON QUIEN ESTÁS TAN RESENTIDO?

México me duele, pero también en momentos como este, me avergüenza. Se me antojaba pedirle disculpas públicas sobre todo a los extranjeros por la conducta de mis paisanos.

Y sí, no me quedé con las ganas y le propiné severo bolsazo a uno de los "chistosos" que me llenaron de espuma el tímpano y la córnea. Sé que la que estaba fuera de contexto era yo y más bien, me prometí no meterme en esas honduras de nuevo. Eso no implica que deje de molestarme la visión de mi gente.

Hoy recordamos 20 años desde el devastador terremoto de 1985. Me confunde pensar en este pueblo capaz de la solidaridad más noble y al mismo tiempo, tan poco respetuoso de la comunidad. Esos mismos que armaron brigadas de rescate, que ofrecieron sus casas como albergues, que acopiaron miles de víveres para damnificados, son los que hoy despotrican del gobierno pero asisten a un evento con un resentimiento profundo. Y entonces, qué importa el chiquero que dejan en la calle, "que lo recoja el gobierno", "que para eso le pagamos". NO, no le pagamos para que reconstruya nuestra devastación, y NO podemos exigirle más a un gobierno con el que NO participamos.

Y todo se convierte en un círculo vicioso en el que el mexicano siempre lleva la posición ventajosa. En eso se centra la conducta, en cómo sacar más provecho de cosa, persona o animal sin hacer ningún esfuerzo. Compramos piratería, damos mordida, aceptamos la corrupción, permitimos las transas. Porque el gobierno debería esto o aquello; porque siempre la culpa la tiene alguien más, Estados Unidos, el colonialismo español o Salinas de Gortari, según nos convenga.

No puedo, lo sé, cambiar al mundo. Ni siquiera puedo a veces, cambiar mis propias conductas. Aún así, me desespera mucho la mentalidad de nuestros mexicanitos y mexicanitas. Intento por mi parte, no colaborar con todo lo que desapruebo y tratar de pasar este mensaje a quienes me rodean. Y como decía Jesús, sin otorgarme rol redentor, "el que tenga oídos que escuche",

Ya puedo oir a mis compatriotas alegando con la boca chueca: "El que no transa no avanza", "Aplica la Ley de Herodes: te chingas o te jodes", "La corrupción no se va a acabar", "Si no le entras a la corrupción, no se mueve nada", etc. Todos los pretextos ñoños que ponen para no cambiar porque les conviene el status quo.

Hoy me voy a dormir y voy a soñar con un México de amigos, colaboradores y equipos. Soñaré con gente que se apoya para subir y que nunca más jalará al hoyo a quien destaque por sus méritos. Dormiré creyendo que algún día miraré a los ojos a otros mexicanos y no pensaremos ya que la única manera de salir adelante es aprovecharse del prójimo.

Llámenme idealista. No dejaré de soñar y de intentar.

México, creo en ti (a pesar de todo)

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