jueves, 6 de marzo de 2008

En el fin del mundo

Al rey de Aaronia


La música del fin del mundo no suena tan mal. En mis oídos, a todo volumen como esquirlas centelleantes de bombas melodiosas se genera poco a poco el gusto por la devastación.

¿Cómo llegamos hasta aquí? El comienzo ya ni siquiera es importante. El caos se apoderó de las voluntades y pronto, el huracán nos abrazó a todos. Tras cada estallido viene un silencio delicioso. El más pacificador de los intervalos, una pausa de paz. La alternancia de la destrucción y la creación armonizan sin querer al universo. Miro el humo a lo lejos, ensordecida, y pienso que aquella figura ascendente podría ser un hermoso presagio de claridad.

El estruendo deja secuelas armoniosas. Un continuo sonido grave que se extiende tanto que parece nunca terminar. El mundo es finito, pero el Apocalipsis parece interminable.

No hay señales de vida. Ni siquiera las explosiones indican un ser destructor. Las máquinas no tienen alma y quieren robar la mía… si es que aún la conservo.

Por primera vez, me siento libre.

No hay nada más que perder. Lo he perdido todo. Me he perdido yo. Cuando parece que el sinsentido impera, el mundo cobra sentido. Por un momento, me siento cerca de todo. De lo poco que aún resiste en pie. De los estertores chillantes. De las manos cercenadas. De lo que ya no existe y de lo que alguna vez me hizo feliz.

¿Camino? O floto entre escombros bellísimos. El paisaje es un apabullante cuadro cubista. Por un momento, detengo mis latidos. No he muerto. Respiro.

Respiro.

¡RESPIRO!

Y no encuentro más que mi exhalación descansada. No tengo nada, nadie me espera. Me dirijo a ninguna parte y no tengo prisa.

Las voces se acercan. Se alejan. No están. Sólo suenan. No existen. Es sólo un eco. Una extraña reverberación de frases que no significan. Están adentro. Afuera… no hay nada.

Con más fuerza, las palabras se arremolinan en mi mente. Los susurros se vuelven gritos sin escapatoria. ¿A dónde fueron los pensamientos y los sentimientos que un día amueblaron mi tránsito? ¿A dónde huyeron las sonrisas de la ignorancia sobre este final?

No importa lo que haga. No puedo cambiar lo que pasó. Se me escapa entre los dedos. Mis lágrimas no modifican nada. Ha sido largo el invierno desde ese día. La nostalgia es mi único recurso. Ni siquiera encuentro la fuerza para hablar de aquello. Aquello se diluye como un olvido lejano.

Aquí sólo habitan fantasmas. Espíritus de tiempo. ¿Estás ahí? Me asalta tu ausencia. ¿Estás ahí? Lo he dicho en voz alta y lo que escucho no corresponde a mi garganta. Lo has dicho tú.

En el final del mundo, este es el único fin del mundo. El último fin es encontrarte cuando la bruma se ha disipado.

Hoy que todo se ha acabado, en tu tacto encuentro la esperanza de un nuevo mundo. Estás aquí. En el encuentro desesperado con tu rostro, en el abrazo terrible de un instante huidizo, mi angustia se disipa y se acrecienta simultáneamente. Sólo estás tú. Sólo estoy yo. Sólo estamos los dos. Solos estamos los dos. Y esta soledad, se convierte en el acompañamiento más azulado del universo. Ya no estamos solos. El miedo se ha ido.

Ahora lo sé. En el fin del mundo, el único ser al que querría encontrarme eres tú.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Mmm que lindo!

Jorge Hill dijo...

JESUS MOTHERFUCKING CHRIST!!!

Verde estoy... de envidia pura, y de la mala, porque según la Klein no hay envida "de la buena"

joder, me voy a dormir antes de que la depresión me tire a la cama... ja, qué tal!?

(Un abrazo carnalitos)