viernes, 24 de junio de 2005

El destino de Carolina y mi amiga La Muerte, todo para dar las gracias

Carolina nunca fue ni será mi amiga. Pero Carolina parece ser mi destino. Hay una muy buena oferta de un departamento en la calle de Carolina en la Colonia Nápoles. Aún no hay nada concreto, pero tiene buenas posibilidades. Por supuesto, que mi más grande colmo sería vivir ahí. ¿Qué le vamos a hacer? Si el sitio vale la pena, lo haré.

Hoy mi nueva mascota, Inchi, estorba mi visión frente al monitor, mete su hocico al vaso del que bebo, pasa por encima del teclado escribiendo letras sin sentido, se tira una poderosa flatulencia en mi cara y luego brinca trás una araña. Inchi tiene apenas dos meses, pero tiene ya una larga historia de rechazo. Ha brincado ya en varias casas, incordiando matrimonios, perros y gatos persas en su devenir. Y es que Inchi es una gata especial. Tenemos dos hipótesis: o es un gato índigo o tiene TDA (Trastorno de Déficit de Atención). Como sea, el tema es que es un torbellino. Tras haberla desalojado de la casa de Perfumes, está momentáneamente en esta casa. Me preocupa, debo admitir, porque aún no tengo un lugar a dónde mudarme para poder darle hogar. La opción por el momento será llevarla a una especie de pensión gatuna. Se me rompe el corazón, por supuesto, pero sé que no es posible tenerla acá. La reina de esta casa es la Chita y es bastante malhumorada con respecto a los nuevos habitantes. Yo me gané ya un par de rasguños en la cara y varios, que se suman por semana, en las manos y brazos.

La vida de Inchi ha corrido paralela a mi propia vida. Estos últimos meses no han sido nada sencillos, por ningún lado que se les vea. El asunto de no encontrar un sitio propio y deambular confusamente es el pan mío de cada día. Y en medio de todas las crisis, está La Muerte. La posible, la pasada, la mía, la ajena, la compartida.

Mi padre murió en Enero de este año. El lunes pasado falleció mi abuelo materno, Don Rafa. A diferencia de la muerte de mi padre, mi abuelo venía dando señales claras desde hace ya mucho tiempo. Sin embargo, el viejo parecía un roble. Incluso en mi familia le llegaron a llamar Terminator, por su resistencia. Finalmente, el domingo empeoró. La ambulancia que acudió dictaminó que no había más por hacer que esperar su último aliento. Coincidentemente con mi padre, ambos murieron del corazón. Sea pues, que estén juntos en alguna dimensión desconocida.

En un primer momento, su muerte como concepto me rasgaba los ojos por la memoria del deceso de mi padre. En un segundo momento, su funeral me recordó que tan lejana estoy de aquello que pensé que era mi familia. Estábamos ahí, todos, pero los sentí tan disparatadamente ajenos. Como si nunca hubiéramos compartido un techo, como si nunca hubiéramos compartido un lazo.

Y caí un cuenta, en un tercer momento, que sigo esforzándome por buscar la aceptación. Me enojé, me deprimí, me sonrojé. Al día siguiente, no asistí al entierro. Suficiente para mí.

Sabía que para mi madre sería importante, que este podría ser uno más de sus reclamos en lista de espera, pero también me percaté de que cualquier gesto sería más tarde un reproche. Nada es suficiente. Así que simplemente, opté por la posición que me pusiera a salvo.

No sé bien si después querré recuperar a toda costa a mi madre y hermano. Hoy por hoy, lo único que atino a decir es “No puedo”. No puedo porque su indiferencia me hiere, no puedo porque su rechazo me apabulla, no puedo porque pongo mi propia integridad en riesgo. ¿Suena dramático? Lo es, simplemente porque duele. Quizá sea tiempo de darles duelo también.

Por lo pronto, en términos más pragmáticos, sencillamente no puedo porque tengo muchos asuntos que atender. Poner todo en orden, se ha convertido en una tarea épica y monumental. Se trata de cosas tan simplonas, en apariencia, como reacomodar mis objetivos, disciplinar mis hábitos, reconstruir mis sueños. Se trata, pues, de “revisar bien mis maletas y guardar mis sentimientos y resentimientos todos, hacer limpieza al armario, borrar rencores de antaño y angustias que hubo en mi mente, para no sufrir por cosas tan pequeñitas, dejar de ser niña para ser mujer; entregarme a lo que creo y ser siempre yo sin miedo”, como apunta Lupita D’alessio. Y continúa: Volar libre con todos mis defectos para poder rescatar mis derechos, y no cobrarle a la vida caminos y decisiones. Hoy quiero y debo cambiar; dividirle al tiempo y sumarle al viento todas las cosas que un día soñé conquistar, porque soy mujer como cualquiera, con dudas y soluciones, con defectos y virtudes, con amor y desamor…

En fin, todo eso que suena a reivindicación feminista a ultranza en la voz de la leona dormida, cobra sentido para mí hoy. Es momento de cambio. No es que yo haya deseado esto, es que no tengo otra opción. Sucede que el curso de las cosas me obliga a tomar nuevas actitudes y aprender nuevas conductas.

Hay días en que todo es confusión, pero confío en que eventualmente, podré poner cada tópico en claro.

Hoy sé que hay mucho dolor, que todo lo que sucede me golpea porque soy cristal. Handle with care. Sin embargo, estoy forrada de capas de cariño que me salvan de las caídas.

En toda catástrofe, la red de familia ampliada y los amigos han estado ahí. Gracias totales. Si no fuera por todos ustedes, esto sería cercano al infierno, si es que existe. Me da la gana hoy decirles nuevamente, y perdón que sea de manera general, que los amo profundamente y que son mi más grande fortaleza.
Les pido una disculpa si por estar demasiado agobiada por las tormentas en mi pequeño vaso con agua, no he podido asistirles. De cualquier modo, sepan que estoy ahí para ustedes y que no importa en qué situación me encuentre buscaré un resquicio de esperanza para apoyarlos.

GRACIAS POR TODO EL AMOR QUE ME HAN DADO.

No hay comentarios.: