martes, 7 de marzo de 2006

¡Qué cara está la vida!

El costo existencial se ha vuelto impagable. Más allá de las deudas económicas contraídas y los gastos fijos, me sorprende saber las consecuencias que un acto, una palabra o una omisión pueden generar. Parece que sí, en efecto, cada mínimo gesto tiene un efecto fractal sobre la realidad.

La inconsciencia y la imprudencia también tienen costo. Hoy se me ha convertido en un embargo. Quiero pagar porque sé que no hay forma de eludir mi responsabilidad. Sin embargo, me topo con la realidad de consecuencias que no quería en mi vida.

Se me ha roto el corazón por descuido. He lacerado una voluntad por un juego anodino. No sé cómo resarcir el daño, no sé cómo borrar las heridas. Cometí un error y, por primera vez, me arrepiento y me culpo. No hay modo de zafarse ni justificarse. Sólo queda la deuda y los intereses bancarios. Soy morosa sentimental. Estoy en el buró de crédito de las estupideces.

¡Qué cara se me ha vuelto la vida!

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