sábado, 23 de julio de 2005

Sobreviví al metrobús

Venía de la colonia Roma. Podía tomar el metro, pero tragué saliva y probé suerte con el metrobús. La primera estupidez que encontraba era poner módulos de venta de boletos, sin embargo, descubrí que son provisionales, porque pronto funcionarán las máquinas expendedoras automáticas.

Abordé el camión con toda mi ignorancia. ¿Dónde debía descender? ¿Cuántas paradas habría hasta mi destino? ¿Sería todo esto una metáfora de mi vida?

El metrobús me reveló mi relación con la ciudad. La ciudad es como mi madre: la quiero por ser origen, pero a veces no la soporto por ser apabullante. Es bella pero demandante.

Mi miedo se disipó. El recorrido entre la Roma y la Del Valle duró sólo 17 minutos. Honestamente, no fue tan terrible como lo había pensado.

No soy fan de López Obrador, aclaro. Ni siquiera simpatizante, vaya, pero creo que esta es una buena iniciativa. Y en esa medida, iniciativa; una propuesta de solución. No me atrevo aún a cantar victoria sobre la eficiencia del transporte.

No es la primera ciudad donde se ha implementado. Aquí mismo en León ya había uno. Me llama la atención, el metrobús Colombiano o Transmilenio (los locales le llaman ‘Transmilleno’). Cuando se puso en marcha en Colombia, se implementó al mismo tiempo una campaña de cultura ciudadana. Creo recordar que en nuestra ciudad quisieron crear el día del peatón y un sistema de tarjetas con las que se aprobaría o desaprobaría el comportamiento de los otros transeúntes o conductores.

Eso es todo lo que recuerdo, porque no tuvo más impacto y la respuesta de la ciudadanía fue escasa. Aquí los peatones parecemos monedas del Mario Bros. No hay que respetarlos sino embestirlos. ¿Cómo le hacemos para educarnos? ¿Cómo le hacemos para calmarnos también? ¿Y verdaderamente nuestra neurosis citadina justifica nuestra falta de civilidad?

Nadie en sus cabales querría vivir en esta ciudad con tantos problemas de tantas y distintas índoles. Por eso supongo que todos los defeños debemos estar completamente oligofrénicos. Y sumamente masoquistas, por supuesto y al parecer este sufrimiento constante nos alimenta un deseo sádico revanchista. Si yo sufro, ¿por qué habría de importarme el sufrimiento de los otros 23 millones de idiotas? Más aún, yo no la estoy pasando bien, así que tú también jódete.

El tema es que a final de cuentas somos todos vecinos. Tarde o temprano, tu vecina a la que le rayaste el coche, se va a desquitar. El del 104 al que le mentaste la madre, te va a dejar el auto en tu entrada. Es una cadena interminable de agravios, que nadie parece querer detener.

Por lo pronto, afirmo: tengo fe en el metrobús y también en la ciudad. Es la ciudad de la esperanza, en efecto, y espero que algún día se convierta en la ciudad de las realidades.

1 comentario:

Microturbian dijo...

La ciudad de la esperanza?. Te invito a que leas en la prensa los comentarios de los usuarios acerca del metrobú, los constantes acosos que sufren las usuarias y la fabulosa saturación que los amantes de las aglomeraciónes serán los unicos que disfrutarán los arrimones de camaron.

Por cierto que te invito a que leas mi personal reseña sobre esta experiencia del tercer tipo en mi blog.